LA CIRCUNSICIÓN DEL CORAZÓN

Sermón sobre “La Circuncisión del Corazón”

POR: JUAN WESLEY ante la Universidad de Oxford

“...la circuncisión es la del corazón, en espíritu,

no en letra.”

Romanos 2:29

 

§ 5. El primero de enero de 1733, prediqué delante de la universidad en la Iglesia de Santa María sobre “La Circuncisión del Corazón”, doctrina que expliqué como sigue:

 

“Es esa disposición habitual del alma que en las Sagradas Escrituras es llamada santidad; la cual significa en primer lugar ser limpio del pecado, ‘de toda contaminación de carne y espíritu’ (2 Corintios 7:1); y, en consecuencia, significa ser investidos de aquellas virtudes que tuvo también Jesucristo; ser así renovados ‘en el espíritu de vuestra mente’ (Efesios 4:23), hasta ser ‘perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto’ (Mateo 5:48).

—Sermones de Juan Wesley, tomo l, p. 267.

 

En el mismo sermón hice notar que el amor es “el cumplimiento de la ley” (Romanos 13:10), es “el propósito de este mandamiento” (1 Timoteo 1:5). “No es solamente ‘el primero y grande mandamiento’, sino todos los mandamientos resumidos en uno. ‘Todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable’, u honorable; ‘si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza’, todo está comprendido en la palabra amor. En él se encuentra perfección, gloria y felicidad. La ley regia de cielos y tierra es ésta: ‘Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente’ (Lucas 10:27). El, quien es el perfecto bien, será vuestro último fin. Una sola cosa desearéis por su valor intrínseco, y es el disfrutar de Aquel que es todo en todo. Una felicidad procuraréis para vuestras almas, la unión con el Hacedor de ellas, el tener comunión verdadera con el Padre y el Hijo, (1 Juan 1:3) el estar unidos al Señor en un espíritu. Debéis perseguir un propósito hasta el fin del tiempo, y éste es el de gozar de Dios por toda la eternidad. Desead otras cosas hasta donde conduzcan a este fin; amad a la criatura mientras eso os conduzca al Creador. Pero a cada paso que déis, sea éste el blanco glorioso de vuestra visión. Que todo afecto, pensamiento, palabra y acción se sujete a esto. Cuanto deseéis o temáis, cuanto busquéis o rechacéis, cuanto penséis, habléis o hagáis, sea para vuestra felicidad en Dios, el solo fin, como también origen de vuestro ser.”

Concluí con estas palabras: “He aquí el cumplimiento de la perfecta ley: la verdadera circuncisión del corazón que regrese el espíritu al Dios que lo dio, con todo el cúmulo de sus afectos. Otros sacrificios no le son gratos; pero el sacrificio vivo del corazón le es grato. Que éste, pues, sea ofrecido continuamente a Dios por medio de Cristo en llamas de santo amor, y que ninguna criatura lo comparta con El; pues El es un Dios celoso. Su trono no compartirá con otro; El reinará sin rival. Que no se admita en el corazón ningún deseo o propósito, cuyo fin u objeto no sea El. Así caminaron aquellos hijos de Dios, quienes estando muertos, aún nos hablan: ‘Desead la vida sólo para alabar su nombre; que todos vuestros pensamientos, palabras y obras tiendan a su gloria. Permitid que vuestras almas estén llenas de un amor tal hacia El que no améis nada a menos que sea para gloria de El.’ Tened una pura intención de corazón, y un constante respeto a su nombre en todas vuestras acciones. Porque entonces, y no antes, estará en nosotros ese ‘sentir que hubo también en Cristo Jesús’ (Filipenses 2:5): (1) cuando en cada impulso de nuestros corazones, en cada palabra que pronuncien nuestras lenguas, en cada obra de nuestras manos, busquemos sólo aquello que se relaciona con El, y esté subordinado a su voluntad; (2) cuando nosotros ni pensemos, ni hablemos, ni actuemos para hacer nuestra propia voluntad, sino la voluntad de Aquel que nos ha enviado; (3) cuando sea que comamos o hagamos otra cosa lo hagamos todo para la gloria de Dios.”

Debe tenerse en cuenta que de todos mis trabajos publicados, este sermón fue mi primera producción. Este era el concepto de la religión que entonces tenía. Sin escrúpulos la llamaba entonces la perfección. Es el mismo concepto que tengo de ella ahora sin ningún aumento ni disminución material. ¿Y qué hay en tal concepto a lo que pueda oponerse cualquier hombre entendido que cree en la Biblia? ¿Qué puede él negar sin negar la palabra de Dios?

 

6. Este mismo concepto lo conservamos mi hermano y yo (en compañía de todos aquellos jóvenes llamados en sentido burlón metodistas), hasta que nos embarcamos para la América a fines del año 1735. Fue el año siguiente, estando en Savannah, cuando escribí las siguientes líneas:

 

¿Hay debajo del astro rey, Algo que lucha

Para contigo, mi corazón compartir?

¡Arráncalo, y reina Tú, Como único dueño y Señor de él!

 

A principio del año 1738, al regresar de allí, el clamor de mi corazón fue:

 

¡Concede que mi alma

Sea sólo de tu puro amor morada!

¡Que ese amor de mi ser entero se apodere, Y sea mi gozo, mi tesoro y corona!

¡Fuegos extraños, lejos de mi corazón aparte;

Para que cada acto, palabra y pensamiento, Sea tu amor la fuerza que lo impulse!

 

Nunca oí que nadie objetara a esto. ¿Quién puede realmente oponerse? ¿No es éste el lenguaje, no sólo de cada creyente, sino de cada uno que está realmente despierto? ¿Qué he escrito hasta hoy que sea más expresivo o más claro?

 

7. En agosto del mismo año sostuve una larga conversación con Arvid Gradin en Alemania. Después de narrarme su experiencia le solicité que me diera por escrito, una definición de la “plena certidumbre de fe” (Hebreos 10:22), lo cual hizo por medio de las palabras que siguen:

 

Requies in sanguine Christi: firma fiducia in Deum, et persuasio de gratia Divina; tranquillitas mentis summa atque serenitas et pax; cum absentia omnis desiderii carnalis, et cessatione peccatorum etiam internorum.

 

Reposo en la sangre de Cristo: una firme confianza en Dios, y persuasión de su favor; la más alta tran­quilidad, serenidad y paz mental con una liberación de todo deseo carnal, y una cesación de todo pecado aun de los interiores.

 

Esta fue la primera explicación que yo oí de un ser viviente, conforme a lo que yo mismo había aprendido antes en los oráculos de Dios, y por lo cual había orado y esperado por varios años junto con la pequeña compañía de mis amigos.

 

8. En el año 1739, mi hermano y yo publicamos un volumen del Himnos y poemas. En varios de éstos declaramos firme y explícitamente nuestros conceptos.

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