EL CASI CRISTIANO PARTE 2

II. Si se pregunta: ¿qué otra cosa además de todo esto significa el ser cristiano por completo? contestaré:

 

(I). 1. En primer lugar, el amor de Dios quien así dice en su Santa Palabra: “Amarás pues al Señor tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y de toda tu mente, y de todas tus fuerzas.” Ese amor que llena el corazón, que se posesio­na de todos los afectos y desarrolla las facultades del alma, empleándolas en toda su plenitud. El espíritu de aquel que de esta manera ama al Señor, de continuo se regocija en Dios su Salvador; su deleite está en el Señor a quien en todas las cosas da gracias; todos sus deseos son de Dios y permanece en él la memoria de su nombre; su corazón a menudo ex­clama: “¿A quién tengo yo en los cielos?” “Y fuera de ti na­da deseo en la tierra.” Y ciertamente, ¿qué otra cosa puede de­sear además de Dios? A la verdad que no el mundo ni las cosas del mundo: porque está crucificado al mundo y el mundo a él; “ha crucificado la carne con los afectos y concupiscencias;” más aún, está muerto a toda clase de soberbia porque “la ca­ridad...no se ensancha;” sino que por el contrario, como el que vive en el amor, así “vive en Dios, y Dios en él” y se con­sidera a sí mismo menos que nada.

 

(II). 2. En segundo lugar, otra de las señales del ver­dadero cristiano, es el amor que profesa a sus semejantes, pues que el Señor ha dicho: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” Si alguno preguntase: “¿Quién es mi prójimo?” le contestaríamos: todos los hombres del mundo, todas y cada una de las criaturas de Aquel que es el Padre de los espíritus de toda carne. No debemos exceptuar a nuestros enemigos ni a los enemigos de Dios y de sus propias almas, sino que los debemos amar como a nosotros mismos, como “Cristo nos amó a nosotros;” y el que quiera comprender mejor esta cla­se de caridad, que medite sobre la descripción que Pablo da de ella. “Es sufrida, es benigna;...no tiene envidia” no juzga con ligereza; “no se ensancha,” sino que convierte al que ama en humilde siervo de todos. El amor “no hace sinrazón…no busca lo suyo sino sólo el bien de los demás y que to­dos sean salvos; “no se irrita,” sino que desecha la ira que sólo existe en quien no ama; “no se huelga de la injusticia, mas se huelga de la verdad; todo lo sufre, todo lo cree, to­do lo espera.”

 

(III). 3. Aún hay otro requisito para ser verdadera­mente cristiano, que pudiera considerarse por separado, si bien no es distinto de los anteriores, sino al contrario, la ba­se de todos ellos es: la fe. Excelentes cosas se dicen de esta virtud en los Oráculos de Dios. “Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios,” dijo el discípulo ama­do. “A todos los que le recibieron, dióles potestad de ser he­chos hijos de Dios, a los que creen en su nombre.” “Y esta es la victoria que vence al mundo, nuestra fe.” El Señor mismo declara que: “El que cree en mí, aunque esté muerto vivirá.”

 

4. Nadie se engañe a sí mismo. “Necesario es ver clara­mente que la fe que no produce arrepentimiento, amor y bue­nas obras, no es la viva y verdadera, sino que está muerta y es diabólica; porque aun los demonios mismos creen que Je­sucristo nació de una virgen; que hizo muchos milagros y de­claró ser el Hijo de Dios; que sufrió una muerte penosísima por nuestras culpas y para redimirnos de la muerte eternal; que al tercer día resucitó de entre los muertos; que subió a los cielos y está sentado a la diestra de Dios Padre y que el día del juicio vendrá otra vez a juzgar a los vivos y a los muer­tos. Estos artículos de nuestra fe y todo lo que está escrito en el Antiguo y Nuevo Testamentos, los demonios creen firme­mente, y sin embargo, permanecen en su estado de condena­ción porque les falta esta verdadera fe cristiana.”[2]

 

5.    “Consiste la verdadera y única fe cristiana,” usando el lenguaje de nuestra Iglesia, “no sólo en aceptar las Sagra­das Escrituras y los Artículos de nuestra fe, sino en tener una plena seguridad y completa certeza de que Cristo nos ha sal­vado de la muerte eterna. Es una confianza firme y una certidumbre inalterable de que Dios nos ha perdonado nuestros pecados por los méritos de Cristo, y de que nos hemos recon­ciliado con El; lo que inspira amor en nuestros corazones y la obediencia de sus santos mandamientos.”

 

6. Ahora bien, todo aquel que tenga esta fe “que puri­fica el corazón” (por medio del poder de Dios que reside en él) de la soberbia, la ira, de los deseos impuros, “de toda maldad,” “de toda inmundicia de carne y de espíritu;” y por otra parte lo llena con un amor hacia Dios y sus semejantes, más poderoso que la misma muerte, amor que lo impulsa a hacer las obras de Dios; a gastar y gastarse a sí mismo traba­jando en bien de todos los hombres; que sufre con gozo los reproches por causa de Cristo, el que se burlen de él, lo des­precien, que todos lo aborrezcan, más aún, todo lo que Dios en su sabiduría permite que la malicia de los hombres o los demonios inflijan sobre él; cualquiera que tenga esta fe y tra­baje impulsando por este amor, es no solamente casi, sino cris­tiano por completo.

 

7. Mas ¿dónde están los testigos vivientes de todas estas cosas? Os ruego, hermanos, en la presencia de ese Dios ante quien están “el infierno y la perdición... ¿cuánto más los corazones de los hombres?” que os preguntéis cada uno en vuestro corazón: ¿Pertenezco a ese número? ¿Soy recto, misericordioso y amante de la verdad, siquiera como los me­jores paganos? Si así es, ¿tengo solamente la forma exterior del cristiano? ¿Me abstengo de hacer lo malo, de todo lo que la Palabra de Dios prohíbe? ¿Hago con todas mis fuerzas to­do lo que me viene a la mano por hacer? ¿Uso de los medios instituidos por Dios siempre que se ofrece la oportunidad? ¿Y hago todo esto con el deseo sincero de agradar a Dios en todas las cosas?

 

8. ¿No tenéis muchos de vosotros la conciencia de encon­traros muy lejos de ese estado de mente y corazón; de que ni siquiera estáis próximos a ser cristianos; de que no llegáis a la altura de la rectitud de los paganos; de que ni aun tenéis la forma de la santidad cristiana? Pues mucho menos ha en­contrado Dios sinceridad en vosotros, el verdadero deseo de agradarle en todas las cosas. No habéis tenido ni la intención de consagrar todas vuestras palabras y obras, vuestros nego­cios y estudios, vuestras diversiones a su gloria. No habéis determinado ni siquiera deseado, hacer todo “en el nombre del Señor Jesús” y ofrecerlo todo como un sacrificio espiri­tual, agradable a Dios por Jesucristo.

 

9. Mas suponiendo que hayáis determinado y decidido hacerlo, ¿será bastante el hacer propósitos y el tener buenos deseos, para ser un verdadero cristiano? En ninguna mane­ra. De nada sirven los buenos propósitos y las sanas determi­naciones a no ser que se pongan en práctica. Bien ha dicho al­guien que “el infierno está empedrado de buenas intenciones.” Queda por resolver la gran pregunta: ¿Está vuestro corazón lleno del amor de Dios? ¿Podéis exclamar con sinceridad: “¡Mi Dios y mi Todo!”? ¿Tenéis otro deseo además de poseer­lo en vuestro corazón? ¿Os sentís felices en el amor de Dios? ¿Tenéis en El vuestra gloria, vuestra delicia y regocijo? ¿Lle­váis impreso en vuestro corazón este mandamiento: “Que el que ama a Dios, ame también a su hermano”? ¿Amáis pues a vuestros semejantes como a vosotros mismos? ¿Amáis a todos los hombres, aun a vuestros enemigos y los enemigos de Dios, como a vuestra propia alma, como Cristo os amó a vosotros? ¿Creéis que Cristo os amó y se dio a sí mismo por vosotros? ¿Tenéis fe en su sangre? ¿Creéis que el Cordero de Dios ha “quitado” vuestros pecados y los ha tirado como una piedra en lo profundo del mar? ¿Creéis que ha raído la cédula que os era contraria, quitándola de en medio y enclavándola en la cruz? ¿Habéis obtenido la redención por medio de su san­gre, aun la remisión de vuestros pecados? Y por último, ¿da su Espíritu testimonio con vuestro espíritu de que sois hi­jos de Dios?

 

10.  El Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que está en medio de nosotros, sabe que si algún hombre muere sin esta fe y sin este amor, mejor le fuera al tal hombre el no haber nacido. Despiértate, pues, tú que duermes e invoca a Dios; llámale ahora, en el día cuando se le puede encontrar; no le dejes descansar hasta que haga pasar todo “su bien de­lante de tu rostro,” hasta que te declare el nombre del Se­ñor “Jehová, fuerte, misericordioso, y piadoso; tardo para la ira, y grande en benignidad y verdad; que guarda la misericor­dia en millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado.” Que ningún hombre os engañe ni os detenga antes de que hayáis obtenido esto, sino al contrario clamad de día y de noche a Aquel que “cuando aun éramos flacos, a su tiempo murió por los impíos” hasta que sepáis en quién habéis creí­do y podáis decir: “¡Señor mío, y Dios mío!” orando sin cesar y sin desmayar hasta que podáis levantar vuestras manos ha­cia el cielo y decir al que vive por siempre jamás: “Señor, tú sabes todas las cosas; tú sabes que te amo.”

 

11.  Pluga al Señor que todos los que aquí estamos reu­nidos sepamos no solamente lo que es ser casi cristianos, sino verdaderos y completos cristianos; estando gratuitamente jus­tificados por su gracia por medio de la redención que es en Jesús; sabiendo que tenemos paz con Dios por medio de Je­sucristo; regocijándonos con la esperanza de la gloria de Dios y teniendo el amor de Dios derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos es dado.

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